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Las pirámides, obras maestras

Sabemos que la pirámide más antigua es la de Saqqara. 


La mayor es la de Keops, en Giza, con 137 m de altura y 230,38 m de lado. Los recursos de que disponían los constructores parecen hoy extremadamente primitivos: eran martillos de diorita, sierras y hachas de cobre, piedras de cuarcita para pulir... Para transportar los grandes bloques piedra desde las canteras (pesaban por término medio más de 50 quintales), era necesario esperar la temporada de lluvias y las inundaciones. Por último, los bloques eran arrastrados con trineos de madera. 




Los trabajos de la construcción de las pirámides no fueron realizados por los esclavos sino por egipcios libres, que durante las inundaciones y las sequías quedaban dispensados de las tareas en los campos. El enorme esfuerzo social que significa la construcción de las pirámides tiene un sentido fundamentalmente religioso. El pueblo las realiza para el faraón, personificación del dios de la Tierra, que aún desde ultratumba tiene poderes para ejercer un influjo benéfico o maligno. En la lógica de las creencias egipcias, el rey-dios no sólo garantiza el orden terrenal, sino también la armonía en el cosmos. La pirámide constituye un reflejo del cielo, y su construcción se rige por severos criterios geométricos. Se aplican la «sección áurea», el «cuadrado mágico», y el «triángulo sagrado». Las mediciones se basan en números mágicos, especialmente el tres y el cuatro. Los egipcios creían en otra vida después de la muerte. Sus credos indicaban que, al morir, el faraón viajaba de día con el barco solar y de noche con el barco lunar por el cielo. Por esto era necesario que su cuerpo se conservara bien y que estuviese provisto de todo lo que pudiera necesitar para su vida ultraterrena. Se le provee de comida, bebida, utensilios, joyas y servidores para que le acompañen en el sepulcro (en épocas posteriores, los servidores eran sólo representados en imágenes. El cadáver se momifica: se le extraen el cerebro y los órganos internos, se rellena el cuerpo, se trata con sustancias químicas y se envuelve con vendas de tela para conservarlo para la eternidad. Según la creencia egipcia, el rey, en el momento de su muerte, se engendra a sí mismo con una divinidad femenina, para volver a subir al trono como su sucesor. El ritual funerario obedece a los antiguos preceptos del mito de la fertilidad. La ceremonia incluye una muerte y un nacimiento, para repetir mágicamente un proceso que no sólo los sabios y los sacerdotes, sino también los campesinos, podían observar con sus propios ojos en las fases lunares y en la germinación de la semilla. El orden jerárquico del mundo ultra terreno repetía paso a paso al que reinaba en el Egipto faraónico. A las esposas de los reyes y a los personajes de la clase superior se les construyen asimismo sepulcros junto a las pirámides. Una multitud de campesinos labra la tierra y recoge la cosecha en el dominio de los muertos. Para asegurarle una vida eterna, los sucesores del muerto deben celebrar los ritos y brindar la ofrenda a los difuntos mediante un complejo y exigente ceremonial. De lo contrario el difunto desaparece definitivamente o -lo que es peor- vuelve para perjudicar a los que aún viven.

Crónica de la Humanidad, 1987
Antoine-Yves Goguet - "L'origine des lois, des arts et des sciences", 1820

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