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Barrio y Mier, Anexo (I)


El presente texto no se incluyó dentro del libro publicado en 2008 por la "Institución Tello Téllez de Meneses". Como me parece interesante, lo he rescatado del olvido y os lo regalo en cinco capítulos.


Por las notas que se desprenden de sus discursos, además de “un sabio impar, un católico sin tacha y un caballero español del siglo de Oro” –como le califican los biógrafos, nuestro político, nuestro poeta, estuvo bañado de romanticismo. Cuando él inicia los estudios, el romanticismo en España ha tocado fondo (los historiadores calculan que nuestro romanticismo apenas dura dieciséis años (1834–1850), pero los efectos, como demuestran los escritos, alcanzan buena parte de su vida, y si entre sus virtudes, a las que él mismo hace alusión –como veremos en sus discursos– sin pretender, estimo yo, los aplausos o la compasión de quienes ocuparon los escaños, se habla de modestia y sencillez en fuerte contraste con la valía de su talento, debemos añadirle en alguna medida el pesimismo, el tedio, la frustración, como ausencia de una respuesta justa de quienes en aquellos años nos gobiernan, sin olvidar la pasión y la melancolía, todas ellas síntomas evidentes de un romanticismo que debió marcarle de algún modo.

Llegados a este punto debo añadir una reseña familiar, porque lejos de su talento me considero un autor romántico, ligado a la leyenda de la tierra que nos cobijó a ambos, bebiendo de sus fuentes, inmerso en la historia de los pequeños pueblos, que han visto cómo se iban modificando sus costumbres, cómo las nuevas formas políticas iban entrando lentamente, cómo entraba la técnica, acabando aquellas con sus fueros y abriendo esta última su ventana al modernismo, cediendo de esa manera buena parte de ese romanticismo que aquí se denotaba.

Quizá fuera su romanticismo lo que lleva a este nativo de Verdeña a no cobrar sus honorarios como abogado. Ya hubo otro paisano, Laureano Abad, nacido en Polentinos, bien instruído, católico, que sin los estudios y la sabiduría de Barrio y Mier alcanzó a base de lectura el conocimiento de las leyes, lo que llevaba a su despacho-escritorio, un rincón abotargado de libros y boletines oficiales, a muchas gentes de los pueblos cercanos en busca de solución y de consulta. Entre sus labores podemos citar la de secretario de Polentinos, Arbejal, Vañes, Valsadornil, donde, además, tallaba a los mozos y recababa datos para el Marqués de la Valdavia. Como Barrio y Mier, Laureano no cobraba sus honorarios o lo dejaba a la voluntad de sus clientes.

Se sabe que Matías murió en el campo abierto entonces denominado “Las Ventas del Espíritu Santo”, en el chalet de un cliente y amigo. Conoció ese amigo a través de un sacerdote, pues hallándose enredado en pleitos que no avanzaban, este le aconsejó que se pusiera en contacto con el bufete de Matías. Así lo hizo y poco después nuestro hombre desatascaba el expediente y ganaba el juicio. Barrio y Mier le pasó una nota diciéndole: “Mis haberes, son 500 ptas.: si le parecen excesivos rebaje lo que quiera”. El agradecido cliente le envió 2000 y, sabedor de sus problemas de salud, le cedió el chalet que poseía en las Ventas. [15]
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[15] Diario Palentino, 25 de Junio de 1909






LA MADEJA

Cada viernes en la tercera de Diario Palentino


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