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El Carnaval de Báscones

Ya de vísperas bullían las mujeres, manejando con aire y destreza las agujas, la colada y la plancha. Las féminas aspiraban a lucir sus mejores trapitos, rabiósamente limpios y sugerentes: las enaguas, el refajo, el corpiño y la chambra, sin descuidar la alisadura y la doma de sus guedejas. Los niños y niñas endosaban sus ropitas domingueras, no sin antes enjabonarse a fondo, repasar las sinuosidades de las orejas, eliminar el luto de las uñas, dar lustre al calzado...etc., para salir a la calle sin lámparas en la ropa y "hocicos" en el rostro.



Dictinio Rodríguez




[Primer Premio de Leyendas de Báscones de Ojeda]
[Evocación histórica de algo que fue y el viento se llevó]



  • Etimología de la palabra Carnaval
Se deriva del italiano Cernevale (adiós, carne) o del latín car (currus). navalis. La primera estaría relacionada con la disciplina eclesiástica del ayuno cuaresmal, mientras que la segunda sería mucho más antigua por referirse a los desfiles de los paganos en que no solía faltar el paso de alguna nave.

  • Otras denominaciones actuales
Entruejo y antruejo, del latín "introitus", entrada de la Cuaresma. Andruído, del mismo origen e idéntico significado. "Carnestolendas", que alude a la prohibición de carnes.

  • Orígenes del Carnaval

El origen del carnaval se pierde en el túnel de los tiempos. Según las investigaciones más fiables, parece que desde muchos siglos antes de Cristo tuvieron estas fiestas algún contenido religioso y cierta conexión con el solsticio de primavera. Con variantes temporales y locales se celebraban entre los egipcios, celtas, teutones, griegos y romanos, consistentes, sobre todo, en procesiones y desfiles. En Grecia honraban a Dionisos (dios del vino) del que, el Baco romano fue equivalente. Roma celebró los Bacanales[1], Saturnales[2] y Lupercales[3] caracterizadas por el desenfreno moral y el sarcasmo. Desde Roma se propagaron los carnavales a todos los pueblos dominados por ella, en concreto a toda Europa.

Ya bien establecido y consolidado el Cristianismo, algunos Papas, Padres de la Iglesia y Obispos, clamaron contra los desórdenes del Carnaval, que parecía arraigado en todos los pueblos. Se le daba un carácter licencioso en contraste con la austeridad de las cuaresmas.

En la Edad Media se acentuó su carácter de fiesta popular según parece, actuando como organizador y propulsor el gremio de carniceros, por motivos comerciales fáciles de imaginar.

En España, aprobaron y promovieron su celebración más los árabes que los cristianos, por lo que, al dar cima los Reyes Católicos a la Reconquista, se vio que gozaba de mayor estimación y simpatía, así como de difusión, entre los sarracenos. En tiempos más cercanos a nosotros, los Reyes Españoles adoptaron diversas actitudes. Algunos ejemplos:

-Felipe IV (Siglo XVII) protegió los Carnavales.
-Carlos III (Siglo XVIII) permitió los bailes de máscaras.
-Fernando VII (Siglo XIX) permitió celebrarlo sólo en los hogares.
-María Cristina, regente y Reina (finales del XIX) permitió bailes y máscaras.

En lo que va de siglo, las celebraciones carnavalescas han sido más o menos toleradas o permitidas, según el régimen absolutista, conservador o liberal del Rey o del Gobierno de turno.

En la época actual han surgido con empuje, sobre todo en las grandes ciudades o sitios con tradición carnavalesca, gracias al permiso oficial y al anhelo de resucitar las cabalgatas, mascaradas y bailes, como exhibiciones folklóricas que el turismo propaga y bendice.

  • El carnaval en Báscones
Nuestras personales apreciaciones no se basan en documentos de archivo ni tienen el respaldo de tradiciones ancestrales. Se trata de un folklore, sin duda, modesto y muy similar al de otros pueblos de su entorno, y que cuenta con el recuerdo minucioso y fehaciente de los más viejos del lugar. Relatamos lo que ocurría a principios del siglo pasado, aunque sus orígenes sean muy remotos y sólo se vivan ya en la memoria.

El Carnaval "Basconero" duraba sólo una jornada: el domingo de Quincuagésima, también llamado "gordo", que era el pórtico de la cuaresma que empezaba el miércoles de ceniza.

Un pueblo pequeño, pobre y laborioso, no podía permanecer ocioso durante tres días -como en las ciudades- cuando los "linares" reclamaban atención, brazos y azadones. La del domingo era una fiesta popular y universal, con amplio eco en todos los hogares del pueblo.

Ya de vísperas bullían las mujeres, manejando con aire y destreza las agujas, la colada y la plancha. Las féminas aspiraban a lucir sus mejores trapitos, rabiosamente limpios y sugerentes: las enaguas, el refajo, el corpiño y la chambra, sin descuidar la alisadura y la doma de sus guedejas. Los niños y niñas endosaban sus ropitas domingueras, no sin antes enjabonarse a fondo, repasar las sinuosidades de las orejas, eliminar el luto de las uñas, dar lustre al calzado...etc., para salir a la calle sin lámparas en la ropa y "hocicos" en el rostro.

Así y todo, las galas de los hombres constituían la preocupación más acuciante de las amas de casa. El marido, el abuelo y el mozo lucían su mejor terno de pana, la camisola almidonada, las botas relucientes, la capa acampanada e hirsuta de paño de Astudillo, el sombrero Castellano o la boina, todo con gran empaque de señorío y de alcurnia. Quedaban al descubierto las novedades del año, como es el desfile de modelos a la salida de la misa Mayor, en la obligada tertulia a la puerta de la parroquia, antes de la partida de bolos o de cartas.

  • Tipismo del carnaval en la cocina y en la mesa
El domingo gordo, el habitual cocido castellano accedía a la mesa con aires de superioridad: garbanzos de buena casta, fideos finos, carne de la orza, relleno mofletudo y tembloroso, chorizo de tripa gorda y pan doméstico, bregado u ojeroso. De todo ello, lo único que hoy se conserva como típico y con garantía de permanencia, son estos dos preparados:

Las orejuelas , término local, equivalente al universal castellano "Hojuelas", fruto de sartén muy extendido y delgado. Sus ingredientes: flor de harina de trigo, huevos, unas gotas de orujo o anís y aceite. Al estar la masa en punto o sazón, se extiende sobre una superficie dura, lisa y plana con la ayuda de un rodillo, se corta en porciones tenues y se pasa por la sartén a fuego vivo, se espolvorea con azúcar y resulta un postre grato al paladar y que sigue apareciendo en la mesa aún después del carnaval.

Las torrijas, son rebanadas de pan casero empepadas en leche, rebozadas en huevo batido, fritas en manteca o aceite y endulzadas con miel o azúcar.

  • El carnaval en la calle.-
  • Los zamarrones enmascarados
Se les llama "zamarrones", por la zamarra [4] que vestían sus protagonistas. Era sin duda lo más típico del carnaval basconero, de lo que, por gracia o por desgracia, no queda más que el recuerdo en la memoria de los ancianos. Desempeñaban este papel algunos mozos en número indeterminado, aunque siempre pocos. Se vestían de tales en casas particulares con cierto aire de discreción y de misterio.

Sus prendas peculiares eran: una zamarra o casaca de piel curtida de oveja y muy lanuda, que les cubría del cuello a las rodillas. Se ceñía al cuerpo por medio de un cinturón del que colgaban varias cencerras[5]. Ocultaban el rostro con una máscara o careta de cartón que les daba un aspecto grotesco para los mayores, y temible para los pequeños. Sus manos libres blandían un verdajo[6]. Las pieles ovinas iban profusamente embadurnadas al alma-zarrón o almagre[7], pintura muy usada como marca o señal que denotaba la propiedad de las ovejas. Estos zamarrones protegían el bajo vientre y las piernas con los llamados "zajones", variante verbal del castellano "·zahones": calzones de cuero o paño con perniles abiertos que llegan a media pierna y se atan a los muslos.

  • Desarrollo del Carnaval vespertino y callejero
A media tarde del domingo abandonaban los zamarrones sus escondites y se lanzaban a las calles, a las de arriba, a las de abajo y a las del Cabo. Galopaban en trote permanente y acelerado, agitando las cencerras que, con sonido penetrante y destemplado se iban hacia los niños que, despavoridos, se refugiaban en el portal más cercano, en parte por miedo al aspecto del zamarrón y sobre todo por respeto a su látigo. Bien es verdad que cultivaban el juego de amagar y no dar, salvo algún golpe perdido y sin mala voluntad. Cada zamarrón entraba en una casa, levantaba su careta, saludaba cortésmente y pedía cosas: chorizo, tocino, matanza, licores y dinero con que celebraban los mozos una merienda o cena suculenta, opípara y bien regada... Con tales excesos coincidía la voluntad de ser austeros en la próxima Cuaresma.

Entre carreras y sustos, vencida ya la tarde, se llegaba a una especie de armisticio y se verificaba una espontánea concentración en la plaza del pueblo para bailar con soltura y regocijo.

En el abigarrado conjunto del mundo danzante, al compás del almirez cabía descubrir alguna figura femenina de peculiar catadura: eran algunos mozos vestidos con blusas de hembras y pulcras enaguas que provocaban admiración e hilaridad. Todo inocente, respetuoso y divertido, hasta que la noche, aún sin luz eléctrica, ponía broche negro a una jornada blanca y jacarandosa, apagando la vida del carnaval.-

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[1].- Fiesta orgiástica en honor de BACO.
[2].- Fiesta orgiástica en honor de Saturno.
[3].- Fiesta orgiástica en honor del Dios Pan.
[4].- Palabra derivada del euskera: prenda de vestir rústica, hecha de piel con su lana o pelo.
[5].- Fem.de cencerro: campana pequeña y tosca, hecha de chapa de hierro o cobre que solía
atarse al pescuezo de las reses.
[6].- Verga de toro, que, después de cortada, seca y retorcida, se usaba como látigo.
[7].- Tierra roja con óxido.

ENSAYO

©Revista literaria "Pernía", Núm. 5 | Febrero de 1985, Edita y Dirige: Froilán de Lózar. 

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