No hay palabras bastantes para ponderar la educación que cultiva la inteligencia y forma el corazón; y algo la habrá contrariado, cuando a pesar de haberse difundido tanto y ser más conocidos por ella los derechos y deberes, se tiene en poca estima y consideración el principio de autoridad.
Los caractéres firmes van siendo más raros cada día, mientras que abundan los inciertos, afeminados y acomodaticios, que sirven así a la verdad como al error.
En vez de la calma que caracteriza a los pueblos bien constituídos, se nota la zozobra de los que viven en tierra volcánica, y no hay la presencia de espíritu del justo que permanece sereno en medio de deshecha y pavorosa tempestad.
Estos y otros males que dejo de expresar, afligen a diversas naciones sin excluir a la nuestra que, en punto a moralidad, tiene algo que enmendar; y no quiero decir con esto que todo esté corrompido, que si así fuera, onaría pronto su última hora. No creo tampoco, como algunos, que nuestros tiempos no tengan precedente, toda vez que la historia habla de otros peores, y basta, aparte de muchos otros ejemplos, recordar allá en lo antiguo las ciudades bíblicas que fueron por su maldad pasadas a fuego. Así que, fuerza es reconocer, que los vicios son por desgracia de todos los tiempos e inherentes a la naturaleza humana; y no debemos espantarnos a su presencia, sino hacerles frente con ánimo sereno y manifestar algunas de las causas de que, a mi juicio, se derivan.
25 Noviembre de 1871
1 comentario:
Ay, no sé...
Falta la circunstancia: por encima o debajo, de la buena retórica, quién sea el tipo y el momento en que escribió. Mas hay, ay, un tufillo a incienso o sacristía que produce en mí cierto rechazo. Cuando se habla de "espíritu del justo", de "ciudades bíblicas (...) pasadas a fuego", por ejemplo, uno espera casi que "el principio de autoridad" al que se refiere el autor al comienzo se haga derivar de Dios.
Publicar un comentario